Es periodista y editora. En 2022, publicó su primer libro de no ficción Detrás de la puerta. Historias sobre el trastorno de la depresión, escrito en el curso Periodismo Literario y en plena cuarentena por covid-19. En esta investigación periodística, personas como Macarena, Santiago, Luis o Miguel -cuyas identidades han sido protegidas con seudónimos- comparten sus experiencias lidiando con esta enfermedad silenciosa, cuyos casos se han elevado dramáticamente durante la pandemia y que sigue cobrando vidas en todo el país.


¿Qué te motivó a elegir este tema para tu investigación? ¿Llegaste a él por un interés propio o en el transcurso de tu trabajo como periodista?

Fue algo personal. Lamentablemente, yo pasé por un cuadro depresivo que no duró un mes o dos, sino un año. El 2020 fue un año que, no quiero llamar “perdido”, pero me marcó bastante. Y coincidió con la primera parte del curso Periodismo Literario. Mi primera opción no era escribir sobre la depresión, sino un perfil sobre una persona de la comunidad trans. Sin embargo, cuando inicié la investigación y empecé a conversar con las fuentes, me di cuenta de que no me motivaba tanto como hablar sobre la salud, que es algo que he trabajado durante toda mi carrera. El primer trabajo periodístico que hice fue acerca de los médicos del SERUMS. “¿Por qué no sigo la línea que he trazado?”, me pregunté.

Los miembros de mi familia, que son mi principal soporte y quienes me critican hasta el último detalle (a pesar de no ser periodistas), me sugirieron hablar sobre lo que me estaba ocurriendo. Pero yo no podía hacer eso, un periodista nunca habla sobre sí mismo. “Busca algo vinculado a lo que sientes”, insistieron. Y esa fue la motivación. Porque no soy ni voy a ser la única persona que ha pasado por esto. Este proyecto se convirtió en una excusa para conversar con otras personas sobre la depresión; que sepan que esto existe, que es real y que hay más personas que pasan por lo mismo. Con eso en mente, empecé a buscar las entrevistas. Partiendo desde la empatía. No iba a ser un libro que, simplemente, iba a contar las historias de estas personas; en cierto modo, yo entendía lo que estaban pasando.

¿Cómo fue el proceso de proponerle el tema a tu profesor de Periodismo Literario?

Un poco traumático (risas). Yo llegué a este curso con las más altas expectativas, porque escribo desde que tengo uso de razón. Mi primer cuento lo hice a los trece años y recibí un premio en el colegio. Desde entonces, siempre tuve en mente que algún día iba a publicar un libro. Mi familia no tiene mucha relación con la literatura; ellos siempre me decían que podía seguir una carrera “seria” y escribir en mi tiempo libre. De hecho, yo no iba a estudiar periodismo, sino medicina. Pero, cuando averigüé sobre la carrera en la UPC y descubrí el curso Periodismo Literario, me dije: “Aquí es”.

Sin embargo, llegué al curso en un momento complicado. Yo estaba pasando por un cuadro de depresión y quería llevar la universidad de la manera más tranquila posible: no me quería exaltar ni hacer algo demasiado difícil. Además, sentía pena porque estábamos en pandemia y no podía ir a buscar mis entrevistas cara a cara y ver a las personas hablar. Cuando le presenté el tema de la comunidad trans a mi profesor, Daniel Goya, me dio bastantes “peros” y objeciones. Me preguntó cómo iba a solucionar tal o cual aspecto de la investigación. Eso me desanimó bastante. Pero tenía toda la razón. Te hacía ver todas las limitaciones que tenías que resolver para que el trabajo salga bien. A la clase siguiente, presenté el segundo tema: historias sobre el trastorno de la depresión. Entonces las limitaciones empezaron a disminuir, pues ya conocía el tema, ya tenía un mayor panorama. El profesor lo aceptó. Aunque aún estaba algo escéptico, porque el proyecto tenía un enfoque más abierto; no iba a ser un texto sobre una sola persona, sino sobre varias.

Recién supe que estaba en buen camino cuando entregué mi primer capítulo. Daniel tiene la costumbre de leer él mismo el capítulo en clase, con todos los demás compañeros presentes, palabra por palabra, como si narrara un cuento. Al escucharlo, me dije: “¿Yo escribí esto?”. A él le gustó esa primera entrega. No me tiró flores, solo dijo que estaba bien. Y, para mí, eso fue lo mejor. Decidí llevar con él la segunda parte del curso y, en esa etapa, noté que él ya se había comprometido con la historia. No se lo dije entonces, pero sí cuando terminó el curso: “Profe, usted me ha hecho llorar cuando me negó mi primer tema, cuando leyó mis capítulos”. Es que era algo personal. Pero agradezco bastante todos los “peros” que me puso. No hubiera llegado a este resultado sin ello.

¿Qué criterio tuviste en cuenta para elegir quiénes serían las fuentes y personajes de tu libro? 

Empiezo por lo fácil: los médicos y psicólogos. A ellos los contacté por internet, pues suelen tener sus datos en sus redes sociales; algunos me respondieron y otros no. Estas son las fuentes que sí han mantenido su identidad en el libro.

Con los personajes, en cambio, sí hubo que tomar ciertas previsiones. Lamentablemente, los prejuicios son bastantes en nuestra sociedad, y puede ser muy complicado para un profesional y para cualquier persona contar su historia con la depresión. Así que, en coordinación con el profesor, se les dio a estas fuentes la opción de mantener su identidad en reserva usando seudónimos.

La búsqueda de personajes la hice preguntando. Les consulté a mis conocidos si sabían de alguien que hubiera pasado por esto. Macarena, el personaje principal de la historia, no lo iba a ser en un inicio. Ella era conocida de otra fuente a la que había contactado por medio de compañeras de mis hermanas. Pero, cuando hablé con ella y me contó su historia, sentí que tenía el potencial de ser el personaje que me ayudara, después, a vincular las demás historias.

¿Cuál dirías que fue la parte más difícil de la cobertura?

Cuando Macarena me contó sobre el abuso que sufrió a manos de su pareja; un caso que, por muchos años, ella no supo que se trataba de un abuso. Al tocar el tema, me dijo: “Ni siquiera puedo hablarlo. No puedo contártelo en voz alta. Pero ¿Qué tal si lo escribo?”. Esa entrevista fue por Zoom. Y ella me compartía su pantalla mientras escribía por Word y yo grababa. Podía ver cómo se le caía una lágrima y paraba de escribir. Ella no emitió una sola palabra, no me dijo nada. Hasta las expresiones coloquiales que uno se dice a sí mismo, como “qué tonta fui”, incluso esas las escribió en el documento y no las dijo. Al final, ella me pasó ese archivo y hubo que pasar por otro proceso difícil: volver a leerlo.

Esa fue la entrevista más complicada, pero no fue la única historia dura. En el libro también cuento el relato de Santiago, quien habla de su experiencia dentro de un centro psiquiátrico por un intento de suicidio. En esos días -que le parecieron una eternidad- no logró recibir atención alguna. Me dijo: “Yo pensé que al entrar ahí iba a mejorar, pero nadie me atendió hasta seis días después”. Si bien la suya no iba a ser mi historia principal, iba a ser muy importante, porque me iba a permitir mostrar la precariedad del sistema de salud en el Perú. Era una persona que quería mejorar, que estaba confiando en el sistema, pero ese mismo sistema le estaba diciendo que no.

Hay otras historias como las de Miguel y Luis que son más familiares y que me afectaron emocionalmente. Y, como periodista y profesional que trabaja con información, toca enfrentar y manejar esos sentimientos. Uno debe marcar sus límites y, en algún momento, decir “okey, esto no me puede afectar tanto”. Fue un reto, porque las historias del libro son muy personales.

Cuéntanos sobre el proceso de escritura. ¿Tenías alguna estrategia?

Yo trabajaba con una pizarrita chiquita que dividí en tres capítulos; eso me ayudó a ordenar mi material, “esto va acá”, “esto otro acá”. En unos post-its ponía los nombres de mis personajes, que iban cambiando (Macarena no se llamaba así en un inicio, tampoco Santiago). Esa pizarra, después, la escondía al momento de escribir. Esa es mi técnica, por decirlo de alguna manera: plasmo todo y luego lo guardo para que, al momento de escribir, salga lo que me nazca.

Algo que también hago es escribir caminando, con el celular. Esto lo imité de la cronista Leila Guerrero quien dice que escribe encerrada, sin contacto con nadie. El problema es que, en mi casa, esto es imposible: somos puras mujeres, nos paramos fastidiando. Así que la solución era hacerlo mientras andaba. Otras veces no escribía y esperaba hasta las once de la noche, hasta que todos en casa se durmieran. A esa hora, yo sacaba mi laptop y me ponía a escribir hasta las tres o cuatro de la mañana y era genial. Así no sentía que me estaban mirando.

¿Qué referentes tuviste en mente al momento de escribir el texto?

En primer lugar, la norteamericana Sylvia Plath. Ella es una de las escritoras que más me marcó en la universidad, me la presentaron en el curso de Análisis del Discurso Literario. La tuve en mente, sobre todo, al escribir el primer capítulo. Mi libro empieza con una escena en la que, yo siento, Plath agarró mis manos y me dijo: “Escribe así” (risas). En su novela La Campana de Cristal, ella cuenta lo que significó la depresión para ella, qué significa tratar de suicidarse, narra muchas escenas dolorosas, y  uno las vive con ella. Busqué también mucha poesía. Esto siguiendo la línea de lo que dice el cronista argentino Martín Caparrós acerca de la musicalidad que debe tener la escritura. Me gustan las descripciones de Josefina Licitra, también cronista y argentina. Ella tiene textos en los que habla sobre el cuerpo que me ayudaron bastante al momento de hablar sobre la historia de abuso.

¿Cómo fue el trayecto del manuscrito desde el curso hasta la publicación del libro?

Antes de presentar el manuscrito a la editorial Trropkiato, hice mi propia autoedición. Dije: “Esto no va”, “esto tampoco va”. A Stephanie Stanbury, la editora, le gustó bastante esa primera versión y comenzamos a trabajarla. Se añadió una historia más y se actualizaron los datos. Cuando lees junto a un editor, te das cuenta de detalles que no puedes por tu cuenta: redundancias, oraciones en las que se repite información, frases que te gustaron en su momento y que ya no tanto. Fue un proceso de tachar y tachar, algo que, he descubierto, me gusta mucho.

Lo curioso es que yo me acerqué a la editorial en el mes de marzo y no me volví a contactar hasta octubre. Es que a uno le entran el miedo y las dudas. ¿Es mi trabajo realmente bueno? ¿Vale la pena publicarlo? ¿Alguien va a leer esto? Al escribirle de nuevo a Stephanie, le pedí disculpas, no quería que creyera que había una falta de compromiso con el proyecto, eran simplemente dudas. Al conversar con ella, me dio toda la seguridad que necesitaba. Me dijo: “A mí me ha gustado el libro. Si yo, que trabajo en el mundo editorial, te digo que puede servirle a alguien y que vale la pena difundirlo, hazlo”.

¿Qué consejo le darías a alguien que va a llevar el curso Periodismo Literario y realizar este proyecto?

Que se comprometa con su tema. De lo contrario, no lo va a hacer bien, va a hacerlo porque tiene que pasar el curso. He visto a compañeros que proponían sus temas con el argumento de “ya tengo las fuentes”. Puedes tener todos los contactos que quieras, pero ¿te gusta el tema? Esa también es la chamba de un periodista: encontrar algo sobre lo que quiera investigar. Este es mi primer hijo, mi primer bebé, mi primer todo. Y me ha costado. Lo he llorado (literalmente) porque estuve comprometida con él. En estas páginas no cuento mi historia, pero es una forma de decir estoy aquí presente.

Detrás de la puerta. Historias sobre el trastorno de la depresión

Autor: Patricia Rodríguez Lecaros

Año de publicación: 2022

Editorial: Trropkiato Ejérrcito Editorrial

Páginas: 96

Detrás de la puerta. Historias sobre el trastorno de la depresión

Autor: Patricia Rodríguez Lecaros

Año de publicación: 2022

Editorial: Trropkiato Ejérrcito Editorrial

Páginas: 96