Es periodista, docente, director de teatro y dramaturgo. En 2019, publicó Correo no deseado, una antología de siete crónicas que escribió en los más de quince años que viene ejerciendo la profesión en diversos medios. En estas páginas se encuentran las historias de los peruano-japoneses que fueron deportados al campo de concentración Crystal City (Texas) durante la Segunda Guerra Mundial, la del enfrentamiento entre tablistas y pescadores ocurrido en la Playa Cabo Blanco, y una serie de perfiles a periodistas como Eloy Jáuregui o Nicolás Lúcar.


¿Por qué elegiste narrar estas historias? ¿Te motivó un interés personal o llegaste a ellas por el ejercicio mismo del periodismo?

Creo que ambos. Al entrar en esta profesión, descubres que hay temas que te interpelan más. Si bien estas historias no fueron concebidas originalmente para ser publicadas en un libro, cada una de ellas ha sido seleccionada porque tenía algo que me removía en el interior.

Por ejemplo, Nicolás Lúcar. Durante mis años en el colegio, transcurridos durante los gobiernos de Fujimori, él había estado al frente de La Revista Dominical, uno de los programas con mayor rating de la época. Fui testigo de la manera en que salió de la televisión y de cómo, más adelante, regresó. Eso me parecía sumamente interesante: hablaba de la fragilidad de nuestra memoria como sociedad. ¿Cómo era posible que este personaje, que había sido expectorado de la tele, entre gente que, literalmente, le tiraba basura a su carro, y que tuvo que hacerse humo durante un tiempo, volvía y empezaba de nuevo? Yo me decía: “este hombre ha logrado una redención que ningún periodista en el mundo podría lograr”. Y la redención en televisión se consigue con rating.

Otro caso que me interpeló, aunque por distintas razones, es el de Crystal City, la historia de los peruano-japoneses que habían sido llevados a campos de reclusión en Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial. En el colegio me gustaba el curso de historia, pero nunca había leído algo sobre ello. Encontrarme con sus relatos, en un primer momento, me pareció irreal. Después, me convocó la necesidad de que esto se conociera más.

Varias de estas crónicas se publicaron originalmente en medios. ¿Cómo fue el proceso de proponerles los temas a tus editores de entonces?

La crónica La batalla de Cabo Blanco, publicada originalmente en la revista Etiqueta Verde, nació por una sugerencia de mi editora, Lizzy Cantú. Ella me contó sobre esta noticia, que ya tenía algunos años, sobre un enfrentamiento entre pescadores y surfistas. Me sugirió ir a buscarlos. Recuerdo que uno de los protagonistas me contó que los pescadores habían usado redes para sacar a los surfistas del mar, como si fueran pescados gigantes. Lizzy es una excelente editora, sabe perfectamente identificar una historia, y su mano y mirada le dieron forma a mi texto de una manera que yo agradezco profundamente. En general, he tenido la suerte de tener editores que han sabido escuchar y entender el tipo de historia que quería contar.

¿Cuáles fueron las principales dificultades de la cobertura? ¿Hubo alguna fuente resistente o que no quiso darte una entrevista?

Me sucedió con los peruanos nikkei. La comunidad japonesa es muy reservada. Y, además, lo que sucedió en Crystal City no es algo que les guste recordar. Muchos sí querían hablar, porque reclamaban sus derechos, pero otros preferían no tocar ese tema. “Mejor ya no lo hagas, ¿para qué recordar, si ya pasó?”, me decían algunos. Pero yo sentía que no había pasado. Y la mayoría de fuentes también lo sentía así. También fue complejo explicarles el tipo de respuesta que yo necesitaba. No bastaba con un “sí” o un “no”. Me hacían falta detalles para describir una escena. Algo que he hecho muchas veces es mostrarle a mi fuente un libro de crónicas y decir: “quiero escribir algo como esto”. Necesitaba que me contaran sobre un día en concreto, cuánto sol había, qué había a su alrededor, qué cosas olían. Es una dimensión sensorial que los entrevistados, muchas veces, no tienen en cuenta.

¿Dirías que, de todas las crónicas del libro, esta fue la que más te impactó a nivel personal?

Sí. Fue un punto importante en mi formación, pues me di cuenta de que hay muchas historias que no se conocen y tampoco hay interés en que se conozcan. Recuerdo perfectamente la vez en que uno de los sobrevivientes me contó el momento en que se dio cuenta de lo que estaba sucediendo. Él caminaba por la calle y se topó con un camión que se estaba llevando a varias personas nikkei. De pronto, alguien le lanzó un papel envuelto como basura; él lo abrió y se encontró un texto en japonés con la dirección y el nombre de una familia; pedía que avisara que se lo estaban llevando. Esa sola imagen, una comunicación de emergencia con un desconocido en plena calle, me daba la dimensión de lo que había ocurrido.

¿Formaste algún vínculo especial con alguna fuente de estas historias?

Con Eloy Jáuregui. A él lo conocí cuando fue invitado en uno de los primeros cursos de la carrera, Introducción al Periodismo; cuando lo contacté, yo ya estaba grande, pero se acordaba de mí. Y, a diferencia de todos los entrevistados del libro, él entendía lo que yo quería hacer. Él es un cronista y te ayudaba, incluso. Decía: “¿Quieres entrevistarme? Vamos a tal lugar a conversar…” (ese lugar, obviamente, tenía trago). Si yo le preguntaba algo personal, no se inmutaba, era muy abierto.

¿Qué estrategias utilizaste para ordenar tu material y ponerte a escribir?

Recuerdo que yo les preguntaba a mis profesores de la universidad cómo es que ellos escribían y aprendí algunas estrategias. Un profesor me contó la de Juan Manuel Robles, quien decía que él tenía archivos de Word para distintos tipos de texto: uno solo con escenas, otro con solo declaraciones, otro con contexto y coyuntura. Con eso yo empezaba a jugar. Al principio era muy clásico: escena, cita, contexto. Pero me pareció una estructura chata, así que comencé a hacer una costura más fina.

Algo que les digo a mis alumnos es que, antes de escribir, piensen un montón. Otra persona puede decir lo contrario: escribe, bótalo todo, y después selecciona. Es completamente válido, también. Pero, a mí, pensar me ha ayudado mucho. “¿Como empiezo esto?”, me suelo preguntar. Del colombiano Alberto Salcedo Ramos aprendí a siempre empezar con una escena. Ahora, para mí, eso es innegociable. El perfil de Nicolás Lúcar comienza en el momento en que él se arriesga y le dice a César Hildebrandt que ha traído un reportaje de la Antártida, cuando él nunca había hecho un reportaje para la televisión. Una vez que terminé de escribir esa escena dije “okey, creo que esto está funcionando”. Luego comencé a hacer contrapuntos: Nicolás Lúcar es esta persona, César Hildebrandt es esta otra, la prensa era así en este momento. Eso me llevaba a escribir e investigar al mismo tiempo. Podía demorarme una hora buscando un año, un día, un nombre para incluirlo en un párrafo. Era agotador. Pero, por otro lado, sentía que estaba haciendo bien mi trabajo.

¿Qué referencias tuviste presentes a la hora de escribir estos textos?

Mi referencia para cualquier tema personal es Gabriela Wiener. Ella me enseñó que el periodismo en primera persona es periodismo antes que nada. No se trata de hacer solo una super exposición del yo y del ego; más bien, a partir de la introspección, hay que encontrar un tema periodístico de interés común. Me gustan las escenas de Juan Manuel Robles. Ahora mismo me acuerdo de las que escribió para el perfil de Magaly Solier: él tiene la capacidad para enfocar su atención en un lunar y escribir tres párrafos sobre él. Toño Angulo Daneri, que fue mi profesor de Introducción al Periodismo, me ayudó a entender cómo se acerca un reportero a un tema desconocido. También Julio Villanueva Chang o Daniel Titinger que, además, eran autores que estaban alrededor. Si bien nunca fuimos amigos durante la elaboración de este texto, sí estaban muy cercanos.

¿Cómo fue el salto de estas crónicas al libro impreso?

Todo sucedió por accidente, como suceden muchas cosas en la vida. La editora de la editorial Trropkiato, Stephanie Stanbury, estaba colaborando en una revista que yo editaba y me preguntó si me interesaría publicar algo. Me propuso una antología de mis crónicas, algo que nunca había pensado, la verdad. El proceso fue bastante largo, pues no se trataba de una necesidad en ese momento. Creo que, en el fondo, tenía miedo, cierto pudor. ¿A quién le va a interesar esto? ¿Por qué tendría que existir un libro con estas crónicas? Pero después, cuando comencé a releerlas y seleccionarlas, sentí que había un registro de lo que había estado haciendo en los últimos diez años hasta ese punto de mi vida.

Lo que más me satisface de este libro es que hay una mirada sobre pequeños mundos. El pequeño mundo de la gente que hace parapente en Lima (un texto publicado hace más de quince años, antes que se convirtiera en una subcultura importantísima). El micromundo de los surfers que se pelean con los pescadores por un espacio en el mar. El micromundo de los nikkei en el Perú, una comunidad que, si bien es grande, se mantiene hasta cierto punto lejana, cercada. El micromundo del periodismo, uno que puede albergar a un cronista como Eloy Jáuregui y en el que Nicolás Lúcar se puede reinventar muchas veces. Cada historia terminaba siendo una especie de envío. Por eso el nombre del libro, Correo no deseado. En alguna oportunidad, entré a la bandeja de spam de mi correo y me encontré con mensajes de hace años que nunca pude ver, de personas que habrán pensado que las ignoré, pero que, de alguna manera, me conectaban al pasado. Con un yo que ya no era, con una relación que ya no existía. Es esa sensación de encontrar una historia que no pediste, que no solicitaste, que no necesitabas, incluso, pero que existe, que está ahí. Es lo que ocurre con una historia como la de Crystal City. No porque no hayamos conocido la historia de los nikkei enviados a campos de concentración en Estados Unidos, significa que desaparecen. Ahí está.

A la distancia, ¿cómo calificarías la experiencia de llevar Periodismo Literario? Un curso que, además, has dictado por muchos años.

Hay todo un mito alrededor de este curso: desde que entras a la universidad, sabes que en algún momento lo vas a tener que llevar. Fue exigente y lo asumí con bastante responsabilidad, a pesar que me tocó repetirlo la primera vez. Mi profesor de ese entonces era el periodista David Hidalgo, y si algo me quedó grabado fue lo que me decía sobre juzgar a mi personaje. “Esto no se trata de lo que tú piensas de él”, me decía. “Se va a notar tu mirada, pero esto no es una propaganda de tus pensamientos sobre el personaje”.

Algunas cosas suceden para mejor. Cuando volví a llevar el curso me tocó de profesor Jeremías Gamboa y fue espectacular. Él tenía una habilidad natural para inspirar y dejarte con ganas de seguir escribiendo e investigando. Yo ya estaba entusiasmado por mi tema, pero él le ponía más gasolina al fuego. Uno sentía que podía dar un poquito más. Recuerdo que yo llegaba con mi capítulo escrito que, según yo, estaba bastante decente, y él corregía. “¿Qué más me puedes estar corrigiendo?”, me preguntaba. Luego, comenzaba a conversar contigo. “En esta sección puedes hacer esto… Esta estructura puedes plantearla así…”. Y movía sus manos, como si editara textos en el aire. Veía cosas que yo todavía no veía. Y, lejos de sentirme mal, me motivaba.

Me parece que este es un curso fundamental. Si quieres ser un escritor o no, es algo completamente tangencial; este curso lo que te da es una metodología de trabajo, te marca plazos, te da expectativas por cumplir. Y, lo más importante: hace que te intereses por un tema y que no lo abandones. Tienes que encontrar algo que sea importante para ti y para la sociedad al que puedas dedicarte durante un año. Eso te enseña compromiso.

Correo no deseado: Siete historias impertinentes

Autor: Daniel Goya

Año de publicación: 2019

Editorial: Trropkiato Ejérrcito Editorrial

Páginas: 110

Correo no deseado: Siete historias impertinentes

Autor: Daniel Goya

Año de publicación: 2019

Editorial: Trropkiato Ejérrcito Editorrial

Páginas: 110