En 2017, un incendio en la galería Nicolini, en las Malvinas, cobró la vida de dos jóvenes: Jorge Luis Huamán y Jovi Herrera, quienes se encontraban encerrados en un contenedor donde trabajaban en condiciones inhumanas. El periodista Gian Calsina cuenta sus historias en su libro Las Malvinas: los sobrevivientes del incendio, un texto que, además, explora una de las taras más profundas de la sociedad peruana: la informalidad.  


¿Por qué elegiste contar esta historia? ¿Te motivó un interés personal o llegaste a él por el ejercicio mismo del periodismo?

Hay varias anécdotas que convergen para haberla elegido. En primer lugar, durante el 2017, cuando ocurrió el incendio, yo era pasante de la unidad de investigación del diario El Comercio y me encontraba reportando en esos días sobre el club de la construcción. Regresando de la comisión, vimos una humareda cerca de la plaza Dos de Mayo, que es la que está cerca del edificio Nicolini. Había un tráfico terrible. Y el primer pensamiento que tuve fue: “¡Cómo nos vamos a tardar en el tráfico!”. Ni siquiera se me ocurrió si habrían víctimas o muertos. Fue un pensamiento egoísta, porque venía de una comisión de todo el día, estaba agotadísimo, y lo último que quería era estar atorado por una hora. 

Luego, en la radio, escuchamos que había dos chicos que estaban encerrados en la parte alta de la galería. Y recuerdo que, cuando llegué a la oficina, al tercer piso donde estaba la unidad de investigación, me hice una pregunta. ¿Qué tipo de mecanismo se ejecuta para que yo esté entrando a una oficina con aire acondicionado, con una computadora moderna, con un contrato de trabajo que me brinda ciertos beneficios, y que, a solo quince cuadras, dos adolescentes estén encerrados en una suerte de container hecho con planchas de metal, en el último piso de una galería comercial, pasando sus últimos momentos de vida? Esa pregunta me caló fuerte. Porque no encontré ninguna respuesta, más allá de factores como el azar, el hecho de haber nacido en la familia en la que nací, o por haber tenido las oportunidades que tuve. Fuera de eso, no encontré ninguna otra explicación que determinara que hubiera dos vidas tan distintas, una brecha tan grande, en un espacio físico tan corto. 

¿Cómo fue el proceso de proponerle el proyecto a tu profesor de Periodismo Literario?

Dos años después de aquella anécdota, en 2019, llevé la segunda parte del curso con Joseph Zárate. Yo llegaba con toda la experiencia que había tenido en la unidad de investigación y tenía en mente un tema distinto, relacionado al caso Lava Jato; quería orientar el libro a la primera investigación que se hizo en el Congreso, que fue liderada por el entonces congresista Juan Pari. Tenía contacto con él, tenía una serie de documentos que, me parecía, tenían cierto interés como para ser publicados, pero había distintos factores que dificultaban que un libro como ese se aterrizara pronto: era un tema muy grande, había muchas aristas y en ese momento la investigación seguía en curso. Yo estaba contra el reloj y tenía que cerrar, así que hablé con Joseph para evaluar qué otros temas podíamos considerar dentro de los plazos. En esas conversaciones surgió el tema de Las Malvinas y, rápidamente, me vino a la mente que ese 2017 yo había pasado cerca del incendio. 

También hubo un factor personal que me terminó de convencer. En esos días, yo estaba muy tocado por el tema de la muerte porque había fallecido un familiar muy cercano: mi tío Richard, a quien veíamos como un hermano mayor en mi casa. Estaba en sus cuarentas, muy joven, y lamentablemente tuvo un cáncer fulminante que se lo llevó en tres meses. Recuerdo que, cuando hablamos de Las Malvinas, recordé el incendio, recordé la anécdota que tuve, pero pensé también en ese dolor que debían haber sentido las familias al perder a un ser querido como sus hijos. 

¿Cómo delimitaste el enfoque del texto? ¿Qué partes de esta historia querías contar y cuáles no?

Yo vi que había ángulos que trascendían el tema meramente dramático. Es cierto que fue una tragedia muy triste, es cierto que fallecieron dos jóvenes y es cierto que hubo familias y muchas pérdidas materiales y económicas, pero, fuera de eso, este suceso habla de un problema muy profundo en el Perú, una tara social fortísima: la informalidad. Era posible abordarla, no desde el lugar común de la estadística y los reportes del INEI, sino desde una historia particular, a través de vidas humanas. La idea del libro fue resolver esas preguntas. ¿Qué significa la informalidad? ¿Es un problema económico? ¿Es un problema social? ¿Socioeconómico? ¿Hacia dónde va? Cuando me metí de lleno en esta historia, me di cuenta que este fenómeno tiene muchas aristas que no se explican sólo desde la economía ni de lo social; también hay temas culturales. Estas familias han estado cuarenta o cincuenta años viviendo en un sistema que reproduce algo así como una vida en la jungla. Donde lo que prima es sobrevivir. A partir de esa percepción, elegí este título: “los sobrevivientes del incendio”. Porque los sobrevivientes no son las personas que salieron del edificio; los sobrevivientes somos todos los ciudadanos de este país. Porque vivimos en una sociedad que constantemente nos agrede y hemos creado mecanismos para salvaguardar nuestra propia vida, encerrarnos en nosotros mismos, y no importa si eso significa pasar por encima del otro.

¿Cuál fue el momento más difícil de la cobertura? 

Hubo varios. A nivel más personal, acompañar a la señora Bertha Villalobos, la mamá de Jorge Luis Huamán, al cumpleaños de su hijo, que estaba enterrado en un cementerio en Comas. Fuimos a dejarle flores y se hizo una pequeña celebración. Fue algo muy emotivo. Por momentos, ella hablaba con él como si estuviera vivo. Hablar con ella cuando estaba muy desconsolada se me hacía muy difícil. Yo esperaba a que se calmara y, luego, trataba de retomar la conversación o le hablaba sobre otros temas. 

A nivel de reportería, fue difícil llegar a la pareja de esposos que encerraron a estos jóvenes, Johnny Coico y Vilma Zeña. Para tener su versión, busqué a través de sus abogados, a través de un hermano de ella, a quien pude llegar a contactar porque trabajaba cerca a la galería donde ocurrió el incendio. Lamentablemente no pude lograr la entrevista, pero fue uno de los puntos que me tomó más tiempo definir. Tal vez en una segunda edición del libro pueda incluirla. 

¿Cómo lograste ganarte la confianza de tus fuentes?

Cuando empecé a contactar con las familias de las víctimas, me encontré con que ellos no querían hablar con la prensa. Tenían mucho resentimiento hacia los periodistas, pues sentían que los habían usado como carne de cañón. Y era un poco cierto: iban, tocaban la puerta, buscaban el llanto, la lágrima fácil, le ponían el micrófono, la cámara, conseguían el fragmento que buscaban, y se retiraban. Las familias sentían que los habían utilizado como animales de circo. 

Para mí fue muy difícil retratar el dolor. Traté de hacerlo con el mayor respeto posible, sin caer en la victimización, el miserabilismo. Nunca fue mi propuesta ir a sacarles una lágrima. Si bien iba a recordar a los hijos que habían perdido, siempre era con objetivos informativos. Les pedía que me contaran momentos divertidos con sus hijos, algo que les despertara alegría recordar

Fui varias veces a conocer dónde vivían, algo así como convivir con ellos. Para mí, fue muy importante retratar eso con empatía, y siempre que llegaba a un punto en que estas personas se sentían mal, hacía una pausa. Si podía, les alcanzaba un pañuelo, algo de tomar, y esperaba. Fue un proceso muy lento. Por eso creo que los textos de este tipo -reportajes, crónicas- se cocinan a fuego lento, pues requieren conversaciones muy repetitivas para encontrar ese espacio de confianza. Que no es amical, pero sí de confianza, y que permite abrir las puertas más íntimas de una persona. 

Una vez terminada la cobertura, ¿cómo ordenaste tu material para empezar a escribir? 

Yo llené de post its la pared de mi cuarto. Planteé dos capítulos. La idea del primero fue contar la vida de estas personas para conocer cómo se vive lo que yo llamo “la cultura de la informalidad”. Es un retrato de estos jóvenes a través de las voces de sus familiares y de las personas que estuvieron involucradas en los hechos de la Galería Nicolini, en Las Malvinas. El segundo capítulo, por otra parte, es una suerte de ensayo que busca explorar los motivos y razones por las que seguimos viviendo así. 

¿Qué autores tuviste como referencia para escribir el libro?

La antología de la crónica latinoamericana que editó Darío Jaramillo, para mí, es un libro de cabecera y cada cierto tiempo vuelvo a él. Hay diferentes crónicas que te enseñan cómo abordar temas sociales desde una mirada original. Otro libro que me sirvió mucho fue Los suicidas del fin del mundo, de Leila Guerriero, que trata sobre los suicidios en serie que ocurrieron en un tiempo específico, en una provincia argentina; una historia que le permitió a ella retratar esas vidas que pasan desapercibidas, que suelen llamarse “marginales” o “de la periferia de las ciudades”. Leerlo me sirvió mucho para entender cómo abordar un tema en el que hay personas que han muerto y cómo retratarlos de una manera que no sea ni miserable ni que vuelva a victimizar a la gente. También podría mencionar Dios es peruano de Daniel Titinger, un libro que puede parecer muy distinto, pero que habla sobre la idea “postal” que se tiene del Perú: la del ceviche y Machu Picchu. Me sirvió en la sección del ensayo para analizar cómo se percibe el país desde diferentes estratos; cómo convive esta imagen de un país muy cerca de la OCDE y del primer mundo, con el Perú de las grandes mayorías, que es prácticamente una jungla. 

A la distancia, ¿cómo tomas la experiencia de haber pasado por un curso como Periodismo Literario?

Creo que, si uno siente que está bien en el curso, hay un problema. Por los tiempos, que son cortos, por la magnitud del proyecto. Desde mi perspectiva, esta es una oportunidad que no tienes pronto en la vida. No sé en qué trabajo, después de la universidad, te van a permitir escribir un texto de largo aliento de este tipo; uno en el que te den el espacio para mostrar tu mejor versión periodística. Este curso, en sus dos partes, te da esa oportunidad de retarte a ti mismo y dar lo máximo, en el mejor y peor sentido de la palabra. Porque implica ponerte una serie de retos que debes resolver a contrarreloj; son dos ciclos en los que debes definir un tema, nutrirte sobre él lo más que puedas, conseguir las fuentes y, luego, darle una estructura al relato que tenga un sentido claro. Ese año te queda cortísimo.

¿Qué virtud debe tener un periodista que se propone escribir un libro?

Disciplina. Yo soy una persona que, a pesar de no tener inspiración, cumple con el avance que se ha puesto. Me siento, me tomo un café y me pongo a escribir. Pueden ser tres párrafos, una página, media cara, pero me siento y avanzo. La producción no siempre es igual: hay días en los que escribes cinco o seis páginas y otros en los que no haces casi nada. Pero el solo hecho de sentarse por un par de horas, te ayuda a generar ideas. Si no te pones deadlines, si no marcas tiempos, si no defines un plan de trabajo, veo muy difícil que alguien pueda producir algo. No me considero una persona que escriba bonito o bien en el sentido estético, esa no es mi meta en todo caso. Finalmente, mi objetivo como periodista, como reportero, es contar una historia con rigor, transparencia y, por supuesto, con cierto estilo original, que transmita información, experiencia y, en última instancia, conocimiento.

Las Malvinas. Los sobrevivientes del incendio

Autor: Gian Calsina

Año de publicación: 2019

Editorial: Editorial UPC

Páginas: 77

Las Malvinas. Los sobrevivientes del incendio

Autor: Gian Calsina

Año de publicación: 2019

Editorial: Editorial UPC

Páginas: 77