Es periodista y se ha especializado en comunicación corporativa. Es autor de El Veco. El hombre que jugaba a contar historias. Este libro le da una mirada a la trayectoria de un periodista deportivo que hizo escuela en nuestro país, conocido por la buena pluma de sus crónicas escritas y por el carisma con que locutaba en radio y televisión: el uruguayo Emilio Lafferranderie. Para esta investigación, Cantuarias se sumergió en archivos periodísticos nacionales e internacionales, conversó con amigos y críticos, y escribió un retrato con claroscuros que explora todas las facetas del personaje: su carrera en Uruguay, Argentina y Perú, y su relación con otra gran figura del periodismo deportivo nacional, Carlos Alfonso “Pocho” Rospigliosi.
¿Cómo llegaste a este personaje? ¿Fue por un interés personal o en el transcurso de tu trabajo como periodista?
Fue una mezcla de ambos. Yo me tomé el curso de Periodismo Literario muy en serio: quería hacer un libro que pudiera perdurar y del que estuviera orgulloso. Siempre me dijeron que, si no le ponía pasión al proyecto, si no tenía interés por mi personaje, me iba a ir mal. Por eso, le di muchas vueltas a la elección del protagonista. Lo que sí tenía claro era que sería alguien relacionado al fútbol. Entre las opciones que barajaba estaba el periodista deportivo Carlos Alfonso “Pocho” Rospigliosi. Se lo comenté a mi buen amigo Roberto Castro, quien era editor general del portal de fútbol De Chalaca, donde yo trabajaba. Él, más bien, me sugirió hacerlo sobre “El Veco”, pues era un personaje que podía tener más matices. La idea me gustó.
A don Emilio lo había escuchado cuando estaba en RPP, que fue su última etapa; había leído también algunas de sus crónicas. En el periodismo deportivo peruano hay muy pocos referentes, y él era uno. Tenía un análisis extraordinario, una buena prosa y era buen orador. Además, contar su historia me permitiría contar también la de “Pocho” y la relación que existió entre ambos. Los dos marcaron un antes y un después, fueron contemporáneos, y los principales referentes en los años ochenta.
¿Cómo le planteaste el tema del libro a tu profesor y cómo lo aterrizaron?
Cuando le propuse el personaje a mi profesor, Hugo Coya, él me miró con cara de sorpresa. Era un desafío muy complicado. Primero, porque ya había fallecido. Y, segundo, por el legado que había dejado, tanto con sus crónicas como en sus programas radiales y televisivos. Escribir sobre “El Veco” era difícil porque había que estar a la altura de su trabajo.
El profesor, además, me dijo que iba a tener que trabajar bastante, porque don Emilio había hecho carrera en Uruguay, Argentina y Perú, y me advirtió que no podía quedarme solo con lo que había hecho en nuestro país. Escuchar eso, en lugar de desanimarme y hacerme buscar a alguien más fácil, me hizo tomarlo como un reto. Me gustó, además, que el profesor no hubiera puesto ninguna objeción al personaje. “El Veco” necesitaba un libro.
¿Cómo elegiste a las fuentes que querías entrevistar para esta investigación?
Hay dos momentos claros en la construcción de este libro: la investigación que hice para el curso de Periodismo Literario (durante el año 2014) y la que hice para la publicación con la Editorial UPC (en 2017). En la primera etapa, mi primer punto de referencia fue Roberto Castro, el director de De Chalaca, porque él era hincha de “El Veco” desde que era un niño y conocía toda su trayectoria. Me guió en la delimitación de las fuentes y en cómo debía construir el libro.
Por casualidades de la vida, el hijo de “El Veco”, el psicólogo Emilio Lafferranderie, me había enseñado un curso en la universidad. Yo sabía que a él no le gustaba hablar sobre su papá y que era muy reservado, así que no me acerqué a él durante la primera etapa del proyecto. Sin embargo, cuando me ofrecen publicar el libro, por una cuestión de consideración, me parecía que este debía tener el visto bueno de la familia. Emilio hijo accedió a verme y revisó el libro; me pudo corroborar fechas e información, y su versión le dio un matiz más rico al proyecto.
Diría que, entre una etapa y otra, el texto cambió en un sesenta por ciento. Quité muchas partes del manuscrito inicial que tenían como protagonistas a terceros, a personas que habían conocido a “El Veco”, para darle todo el protagonismo a él. Sumé muchas más fuentes. Además de la familia, conseguí entrevistar a uno de los hijos de “Pocho” Rospigliosi, a personas allegadas (como Percy Rojas), a colegas (como Mónica Delta o Elejalder Godos), entre otros.
¿Hubo alguna entrevista que te impactó personalmente?
Varias. Me marcó mucho la entrevista que le hice en 2014 a Carlos Enciso, el Jefe de Prensa de la Asociación Deportiva de Fútbol Profesional. Él fue uno de los dos testigos del último intento de reconciliación entre “Pocho” y “El Veco”, una historia que está contada en el libro. Enciso vio de primera mano cómo un par de pesos pesados se insultaban, se echaban la culpa de la ruptura de la relación, fue un relato muy crudo. Él era amigo de ambos y pude ver lo mucho que le costó no haber podido reunir a dos amigos.
Valoré mucho la entrevista que le hice al hijo de “El Veco”, Emilio. Primero, porque compartió su archivo fotográfico, algo que nadie más tenía. Pero, sobre todo, valoré el poder ver a un hijo hablar sobre su padre y abrirse como se abrió en ese momento. Como comenté, la familia había sido muy hermética con respecto a este tema. La aproximación fue siempre con respeto. Y algo que destaco es que, cuando Emilio hijo leyó el texto, nunca me dijo que retire algo o que enaltezca a su padre. Lo único que me dijo fue esto: “Cuando publiques este libro, piensa en cómo lo tomarán las personas que han recordado a mi padre”. Fue un comentario muy constructivo. Hizo que yo pusiera más esfuerzo en pulir mi trabajo y permitió que el texto tuviera los claroscuros que se lograron.
¿Y hubo alguna entrevista que haya sido especialmente complicada?
La que le hice a Jorge Luis, el hijo de “Pocho” Rospigliosi. Porque él sabía que estaba escribiendo un libro sobre “El Veco”, así que algún nivel de admiración yo debía tener por el personaje. Él me dijo desde el primer momento: “Yo te voy a contar el otro lado, te voy a dar las sombras de ‘El Veco’”. A los Rospigliosi les quitaron Ovación y, entre ellos, quedó la sensación de que “Pocho” quedó un poco en el olvido debido a “El Veco”; la gente del medio fue muy injusta con él, hay que decirlo. Fue una entrevista dura, pues había recuerdos no muy gratos sobre los que había que conversar. Pero Jorge Luis también fue muy hidalgo en reconocer los atributos positivos que tenía don Emilio. Él contó su punto de vista sobre cómo fueron ciertas situaciones y en ningún momento intentó victimizar a su padre.
También tuve la oportunidad de entrevistar a un camarógrafo que se mostró muy crítico con “El Veco”. Fue una entrevista complicada debido a la cantidad de información negativa que recibí. En ese caso, tuve que tomarme el trabajo de corroborar bien si era cierto lo que él decía; qué datos eran fidedignos y cuáles tenían más condimento del que se debía. En otros casos tuve la dificultad contraria. Por ejemplo, entrevisté a Mónica Delta para conocer el paso de “El Veco” por Panamericana, y ella fue una persona sumamente correcta. No entró en dimes y diretes, solo se limitó a darme la información que tenía. Con ella tuve que hacer un trabajo exhaustivo para que me contara más cosas, sin entrar en chismes o especulaciones.
Cuéntanos sobre tu investigación en archivo. ¿Qué documentos necesitaste para contar esta historia?
Uno de los mayores desafíos fue acceder al archivo uruguayo para buscar diarios de inicios de los ochenta. Sobre todo, para corroborar una de las leyendas urbanas que siempre rodearon a “El Veco”: la polémica en torno a la crónica que él escribió del partido Perú-Uruguay que definió el pase para el mundial España 82. Se decía que, en ese texto, don Emilio había alabado a la selección peruana y que había dicho que Uruguay no tendría opciones. Para verificarlo, tuve que contactar a un periodista uruguayo que me hiciera el favor de ir a la hemeroteca y que me consiguiera el recorte original. Lo que descubrí fue que él había escrito un análisis que, efectivamente, mencionaba las ventajas de Perú, pero que también reflexionaba sobre las potencialidades de Uruguay.
Fue un análisis objetivo, sin sensacionalismo, pero aquí se quedaron solo con la parte peruana y mintieron. “El Veco” nunca deseó que Uruguay quedara fuera y que Perú sí clasificara. Él tenía una debilidad por el equipo peruano, pero de ahí a decir que le dio duro a uno y no a otro, mentira, no fue así. Ese mismo trabajo lo tuve que hacer con las hemerotecas de Argentina y a nivel local. Además, tuve que corroborar muchas fechas, verificar con tres fuentes distintas en qué hotel se había alojado en determinado viaje, acceder a contratos, entre otras gestiones.
¿Cómo organizaste tu material para escribir?
Hice una línea de tiempo, desde el nacimiento de mi personaje, y comencé a señalar los pasajes más importantes: la carrera periodística, Uruguay, Argentina, Perú. En base a esos hitos, yo podía ver qué material me faltaba e identificaba a quién podría entrevistar para complementar lo que ya tenía. A veces, uno tiene una idea previa de cuánto espacio le va a dedicar a cada sección en el libro, pero, durante la cobertura, te sorprendes con que un entrevistado no te da mucho. Esos testimonios pequeños, entonces, los metía en otras secciones para sumar perspectivas o generar contraste.
Parte del proceso de escritura está relacionado con el método. ¿Cómo se escribe? ¿En la mañana? ¿En la noche? ¿Con una copa encima? ¿Sobrio? Recuerdo que, para una entrega del curso, decidí tomarme un poco de whisky para inspirarme, como si fuera un Ernest Hemingway. Al terminar, yo estaba seguro de que se trataba de mi mejor capítulo. Sin embargo, cuando Hugo Coya lo corrigió, me puso dieciséis; una buena nota, pero yo esperaba mucho más. La siguiente vez, decidí trabajar sin nada encima, concentrado. Además, decidí escribir lineal, como si se tratara de un informe. Al terminar, no me gustó mucho el resultado; no estaba mal, pero sentí que se podrían mejorar muchas cosas. Entregué el trabajo pensando que me pondrían un catorce o doce, pero saqué dieciocho. “Me encantó cómo lo has escrito, tienes que continuar en esta misma línea”, me dijo el profesor.
Así que mi método no es muy inspirador que digamos. Consiste en escribir, escribir y escribir. Sin miedo a la página en blanco. Así no me guste del todo; así parezca una monografía o una nota de prensa. Porque es un error pensar que esa primera versión es la que va a quedar; esa primera versión va a pasar por un proceso de edición, va a ser mejorada, y se le va a dar forma de libro. Creo que lo peor que uno puede hacer es presionarse a uno mismo con que el texto debe quedar impecable en la primera pasada. No veo tan aplicable eso de que hay que publicar lo que salió del corazón, de la cabeza. Quizás a alguien más le pueda resultar, pero en la mayoría de casos no es así.
A la distancia, ¿cómo ves tu paso por el curso de Periodismo Literario?
Yo lo recuerdo con mucho cariño. Que todos los alumnos de la carrera de Periodismo escriban un libro de no ficción me parece un diferencial; no he visto a otra universidad que lo haga. Esto independientemente de que te quieras dedicar a ser escritor o a la comunicación corporativa. Te suma en todos los ámbitos.
Para mí, el proyecto tiene más valor que una tesis. Un trabajo académico es mucho más lineal; un libro de este tipo, en cambio, no puede ser plano, tiene que atrapar al lector. Es difícil, sí, porque hay amanecidas, hay frustración cuando no te quieren dar las entrevistas, hay crisis existenciales si tu personaje no te gusta. Pero yo creo que es una muy buena aventura y recomiendo vivirla con pasión. Pues te deja algo que puedes contar con orgullo: yo sobreviví a la universidad, hice mi seminario de tesis y terminé mi libro de Periodismo Literario.